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Columna de SUSANA ESPELETA

Psicóloga Colegiada. Psicoterapeuta individual y de Grupo.

AMAR Y TRABAJAR

Es muy popular la sencilla respuesta que Freud dio a una pregunta muy complicada. En una ocasión un periodista le planteó que definiera lo que para él era una persona sana, esperando un largo discurso, se quedó sorprendido por lo conciso de la respuesta, y es que Freud dijo: «cualquier persona capaz de amar y trabajar». ¿Y cómo podemos amar y trabajar de una forma satisfactoria y constructiva? Estos son algunos apuntes que quiero hacer al respecto:


1. Conócete a ti mismo.

Sólo de esta forma sabrás qué personas te convienen y qué actividades sacan lo mejor de ti. Dentro de ciertos parámetros, una misma persona o actividad pueden resultar una fuente de desequilibrio o una buena elección, dependiendo de tus características personales. Madurar implica descubrir lo que a uno le «resta» y le «suma», y por lo tanto hacerse consciente de las propias debilidades y fortalezas.

Por otro lado conocerse a uno mismo implica haber clarificado los propios deseos y haber elegido de forma realista los objetivos personales. Pero esto no es algo que quede definido de una vez por siempre, y así debe ser. El ser humano vive en conflicto hasta que muere, y nos vemos empujados constantemente al cambio, porque no somos siempre los mismos… Por ello es más importante hacerse con un método de análisis personal antes que alcanzar respuestas, ya que estas últimas siempre son momentáneas. Un psicoterapia profunda debe enseñar al paciente un método para sacar por sí mismo conclusiones sobre el entorno y sobre su mundo interno. Si el terapeuta sólo da respuestas, por buenas que estas sean, no está ayudando a que la persona llegue a ser autónoma (es la famosa diferencia entre dar peces o enseñar a pescar).


2. Acepta tus limitaciones sin ira.

Nuestros errores son la mayor fuente de aprendizaje de la que disponemos. Son un reto al entendimiento. Nos invitan a esforzarnos, y nos obligan a conformarnos con no ser tan buenos como quisiéramos. Lo cierto es que aunque casi todos nos quejamos de no tener suficiente seguridad y autoestima, nuestro mayor problema suele ser la arrogancia. Nos cuesta no sufrir con nuestros fallos, en el fondo queremos ser perfectos.

En este sentido nuestro frágil narcisismo es el producto de una sociedad marcada por el consumo. Casi todo el mundo se cree mejor de lo que es y casi todo el mundo quiere ser aun mejor de lo que es, es el «crecimiento» perpetuo, que todo lo exprime, no solo a nivel económico, también emocional. Ese desenfrenado deseo por tener más y ser más, alimenta la insatisfacción y nos hace aun más consumistas. Como ya sabréis, esta forma de manipularnos está impecablemente pensada.


3. Respétate a ti mismo y se leal a tus valores.

No te vuelvas contra ti nunca, aunque no te gustes, juega en tu equipo. Busca activamente lo que necesitas, prueba. No esperes, no te quejes tanto… demuéstrate que haces algo para ti, que eres una buena compañía. Ten una relación cordial contigo mismo aunque te decepciones en todo. La no agresión y el respeto a la vida debe ser una actitud incondicional, no hace falta «ganársela».

Recuperemos el honor, la dignidad, que no nos compren tanto, que no nos asusten tanto. Atrevámonos a ser fieles a nuestra moral, aunque choque con lo establecido. Para sentirse orgulloso de uno mismo hace falta hacer muchas cosas…, y no parar de hacerlas.


4. Aprende de tus «tragedias».

Nos da mucho miedo sentir dolor y esto lo convierte en sufrimiento. Se nos ha olvidado que el dolor es algo natural en la vida, que de él se aprende y que él nos orienta. Además es inevitable, ya que es el precio que se paga por la felicidad perdida. El dolor nos pone en nuestro sitio, falible, vulnerable… el dolor nos hermana porque nos hace ver lo mucho que nos necesitamos.


5. Busca activamente sentirte bien.

Toda vida debe tener una dimensión lúdica y poética. Necesitamos rodearnos de belleza y festejar. La risa y el arte dan sentido a la vida y genera entre nosotros estrechos lazos que nos sostienen en los malos momentos. Lo «superficial» es mucho más profundo y necesario de lo que parece.

Trata de aceptar tus raíces y sentirte profundamente orgulloso de lo que puedas. Entiende la vida de tus antepasados contextualizándola en la sociedad que les tocó vivir. Perdona y agradece, nunca pares de agradecer, todo lo que puedas.

Aunque si te sientes incapaz de ello recuerda que el perdón y la gratitud no son un punto de partida sino un punto de llegada, algo que sólo se alcanza después de haber superado el dolor y la frustración. Y muchas veces esto resulta imposible sin un profundo análisis personal.


6. Sé rebelde.

Las normas y las leyes no son naturales ni necesariamente legítimas, de hecho pueden ser profundamente inmorales y destructivas, tal y como estamos viendo. La desobediencia se ha convertido en una obligación moral. Nunca ser «bueno» o «normal» ha sido peor idea. La rebeldía no es violencia, la rebeldía implica no seguir, desdecir, llevar la contraria, no hacer… La rebeldía no implica destruir sino crear algo diferente, algo que se sale de lo previsto y del guión establecido.

Sé crítico. Que no te avergüence hacer preguntas, que no te haga sentir culpable no encajar. Atrévete a ser diferente y aportar cosas nuevas, a tu vida y a la de los demás. Date sorpresas, piérdete un poco. No gustes a todos, eso es muy buena señal.


7. Atrévete a «pertenecer» aunque suponga esfuerzos.

Conjuga lo anterior con hacer alguna renuncia que posibilite la convivencia, algún silencio que le haga un favor a tu relación con el otro, alguna adaptación que aunque costosa pueda permitirte no quedarte solo.

Estos dos últimos puntos generan un conflicto irresoluble que dinamiza nuestras vidas, ¡aceptémoslo con filosofía y algún grado de entusiasmo! Una vida sin conflictos no es una vida verdaderamente humana.


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