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Columna de NATALIA LUE

Escritora, Podcaster, Oradora y Artista.


FORTALECER NUESTRO YO NOS ALEJA DE SER COMPLACIENTES

En el verano de 2005, terminé con un chico que emocionalmente no estaba disponible, que no estaba listo para una relación. 


Durante la llamada le pregunté "¿Qué te hace pensar que soy el tipo de mujer que aguantaría una situación como esta?". Y luego me di cuenta que en mis relaciones pasadas yo había sido exactamente esa mujer. Agradar a la gente, "ir con la corriente", límites difusos y dejarme usar en nombre del "amor" y ser "amable" y "generosa".


Esa epifanía provocó un cambio radical en mi vida y, desde entonces, he utilizado mi viaje para ayudar a miles de personas a liberarse del miedo al abandono, el rechazo y el fracaso.


Hoy ayudo a las personas que complacen a la otros, a los perfeccionistas y a las personas que luchan por las relaciones, a superar su bagaje emocional para que puedan convertirse en quienes realmente son.


Las personas complacientes desarrollan desde muy chicos un miedo al conflicto, al rechazo y al abandono. Nadie nace siendo complaciente. Las personas que se configuran como tales lo hacen por experiencias tempranas en las que tuvieron que adoptar esa personalidad o forma de ser a modo de mecanismo de supervivencia. 

Quizás porque crecieron en una familia con dinámicas autoritarias, en las que se establecieron ciertas normas de manera rígida. O porque crecieron en una cultura en la que el autoritarismo está muy compenetrado.


“Lo que hay detrás de este comportamiento evitativo es una profunda necesidad por ser reconocidos por el otro y una falta de reconocimiento del propio “yo” y

hacen lo posible por satisfacer las  necesidades de los otros.”


Comenta el doctor Antoni Bolinches que las personas que no se han sentido amadas en la infancia tratarán de “comprar” de adultas el amor de los demás. Y lo harán a través de continuos favores, con una atención desmedida a las necesidades de los otros, invitando de manera irreflexiva, regalando su tiempo.


Sin embargo, nada de esto ayuda a formar vínculos saludables. Al contrario, cuando la relación de “dar y recibir” entre dos personas está descompensada, el que recibe demasiado acaba sintiéndose incómodo por una deuda creciente que no puede pagar y, de forma inconsciente, acaba rompiendo el lazo.


Cuando hay un sentimiento genuino de ser amables para establecer relaciones afectuosas, no habría que cuestionar ese comportamiento. El problema se da cuando se anteponen las necesidades de los demás por sobre las propias, por miedo a las posibles consecuencias que podría llegar a tener el establecer un límite. Es decir, cuando no podemos decir que no por miedo a lo que creemos que va pasar o, en su defecto, cuando creemos que la relación se sostiene en base a esa complacencia.


No pasa nada si no te quieren.

Aspirar a ser amado por todo el mundo es tan natural como imposible. Existen tantas sensibilidades, temperamentos y puntos de vista distintos que por fuerza habrá una parte de la población que no “nos trague”.


En una ocasión, la novelista Care Santos dijo: “Pobre de aquel que a partir de los 40 no se haya ganado un par de buenos enemigos”. Con ello se refería a que el roce constante del vivir trae amistades y desencuentros. 

La única manera de no cosechar antipatías sería frecuentar un círculo tan pequeño que acabaría ahogándonos.


Establece límite claros. Ser capaz de decir: “Esto no es asunto mío” no significa ser egoísta o insolidario. Al contrario, en lugar de crear apegos nocivos, al devolver al otro su responsabilidad lo estamos empoderando para que tome las riendas de su vida.


Tomar conciencia de lo que de verdad queremos en la vida nos ayudará no solo a realizarnos, sino también a ser más útiles para los demás.


Para estar bien con los demás, primero debes aprender a estar cómodo contigo mismo. En suma, ser tu mejor amiga.



Marcela Sandoval. Psicologa

Página. Cuerpo y Mente

Natalia Lue. Escritora.

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