Columna de FRANCISCA BEZMALINOVIC
- Fabiola Olate Sagredo
- 28 jul
- 4 Min. de lectura
Gestora de proyectos de arte, Curadora. Licenciada en Estética, Pontificia Universidad Católica de Chile. Licenciada en Ciencias Jurídicas y Sociales, UNAB. Diplomada en Actualización en el Nuevo Sistema Procesal Penal, UNAB
EL ARTE DE: VIVIR CONECTADOS

En un mundo que corre a toda velocidad, lleno de estímulos, competencia y promesas de éxito individual, nos cuesta tener presente que lo que realmente nos transforma y sostiene es la vida en relación y colaboración con los demás.
Teniendo la certeza de que tenemos una sola vida, de la cual no nos llevaremos nada más que las experiencias vividas y compartidas, que importante es reflexionar acerca de cómo queremos que sea nuestro paso por esta, dónde está cada vez más claro que los espacios más gratificantes siempre serán los compartidos, con afecto y colaboración.
Aunque parezca algo solo metafórico, es demasiado vital tener, dar y sentir la mano del otro. Desde que somos niños necesitamos para caminar el apoyo de la mano de nuestros padres, cuando crecemos necesitamos para avanzar en nuestro desarrollo integral de la mano de muchos seres que forman parte de nuestro camino y entorno, y a su vez tender la mano a tantos otros para vivir experiencias realmente transformadoras. Sobre todo hoy que somos testigos de tantos avances inimaginados, donde demasiados trabajos irán desapareciendo y podremos prescindir de muchos eslabones en las cadenas productivas, pero jamás de las redes de apoyo emocional y de los vínculos de afecto.
Hace pocos años experimentamos lo frágil y cambiante que es la vida y lo complejo y difícil de vivir aislados, conectados digitalmente pero sin poder sentir la grata sensación de un abrazo. Definitivamente, el mayor aprendizaje fue entender que una de las características más importantes que tenemos los seres humanos es que somos seres sociales y que nos necesitamos para vivir mejor.
Nuestra vida toma otro color cuando compartimos, cuando acompañamos, cuando tendemos la mano. La verdadera felicidad, esa que permanece y que incluso crece con pequeños gestos, no proviene de tener más, sino de vivir conectados con las realidades, necesidades y sueños de otros, incluyendo como parte de nuestro propósito de vida integral el colaborar con el desarrollo de quienes nos rodean, siendo útiles y parte de algo más grande que nosotros mismos.
En mi día a día y sobre todo en mi trabajo como gestora de proyectos de arte y curadora, me he preocupado de tejer redes sinceras de colaboración dándole aún más sentido a mi pasión. En este he visto cómo una recomendación, un espacio compartido, un contacto o una palabra de apoyo oportuna pueden cambiar trayectorias. El verdadero potencial no radica solo en lo que llevamos dentro, sino en cómo lo ponemos al servicio de los demás. Ayudar a otros a florecer, a obtener sus logros y celebrarlos como propios, crear puentes entre diferentes personas del mundo del arte que sé que se potenciarán con las capacidades del otro, eso es para mí una forma de vivir en plenitud. Nada me puede dar más alegría que colaborar, conectar y apoyar.
Para fortalecer mis redes de contacto participó constantemente en diversas actividades artísticas e invito a otras personas a sumarse y crear sinergia para nutrir nuestro ecosistema cultural. También soy colaboradora de fundaciones y corporaciones culturales donde entrego no solo conocimientos sino que traspaso esas redes de contactos que he logrado consolidar a través de los años, activándolas en otros espacios donde pueden ser útiles. Una fuente importante de inspiración, aprendizaje y conexiones ha sido pertenecer a la Comunidad Mujeres Influyentes donde he conocido potentes testimonios de trabajo y vida.
Como una manera de expandir mi genuina pasión por el arte, la que siento como mi máximo potencial, he creado instancias para difundir a muchos talentos abriendo incluso las puertas de mi propia casa, la que convierto en un espacio lleno de vivencias que buscan acercar el arte contemporáneo a la vida cotidiana, proponiendo una forma de exhibición cálida, cercana y activa, donde las obras dialogan con el público en un entorno que privilegia la experiencia directa y la reflexión compartida.
Entendiendo la trascendencia social del arte y lo vital de la vida colaborativa y comunitaria, cada apertura se articula con instancias de conversaciones, música en vivo y actividades sensoriales que invitan a habitar el arte desde una dimensión más cotidiana y transformadora. Para mí esos días donde logró conectar a tanta gente, ver a los artistas crear redes, incluso salir de su solitario lugar de creación para compartir con otros artistas e intercambiar ideas, planificar formas de apoyo y dar a conocer su talento es de los regalos más gratificantes que he podido experimentar en mi trabajo y en mi vida. Además de ver a toda mi familia colaborar con tanto entusiasmo en este “Casa Arte”, donde cada uno tiene su rol que incluye desde montaje, hasta hacer recorridos guiados, explicar obras etc de una manera cercana y simple, lo cual ha significado que las personas que visitan la muestra, vean que el arte sí puede vivirse como algo simple, sencillo, común, cotidiano, tremendamente enriquecedor y sobretodo necesario. Es una invitación a sentir, a conectar con la belleza de la creación y a hacer comunidad. Creo que vivir con coherencia entre lo que somos, sentimos y hacemos es el acto más revolucionario y esperanzador de la vida.
Hace un tiempo leí Ikigai, un libro que recoge los secretos de los habitantes de Okinawa, el lugar más longevo del planeta. Su secreto no es otro que mantenerse activos, vivir con sentido, y cultivar el sentimiento de colaboración y comunidad. Allí, la vida no se concibe sin el otro. Y comprendí que eso precisamente, ha sido mi motor en el arte y en la vida, ser un puente, conectar talentos, empujar proyectos en los que creo profundamente y contagiar entusiasmo. Cuando vemos a alguien brillar y sabemos que algo de nosotros fue parte de ese camino, el alma realmente se llena.
@franbezmalinovic

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