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Columna de AURORA SEPULVEDA

Contadora auditora/ Emprendedora hace más de una década/ Autora de “Ordena las finanzas de tu casa y sé feliz” y la creadora de LaContadora.cl, plataforma a través de la que entrega educación financiera y temas tributarios, y marca alrededor de la que ha creado una comunidad de más de 240 mil seguidores.


LA DEUDA INVISIBLE CON NOSOTRAS MISMAS


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Hablar de finanzas personales nunca es sólo hablar de números. Mi experiencia —tanto de vida como profesional— me ha enseñado que el dinero no es un espacio cerrado ni meramente técnico. Al contrario, refleja alegrías, dolores, logros y también renuncias. Las finanzas son una herramienta, y cuando logramos apropiarnos de ellas, podemos abrir caminos hacia metas de diversos tipos y tamaños.


En el caso de las mujeres, este tema adquiere aún más profundidad. Nuestra independencia económica ha sido una conquista difícil, lenta y todavía está en proceso. Hoy vemos avances, sí, pero también debemos reconocer un peso adicional que muchas seguimos cargando: los costos invisibles de ciertos roles que asumimos.


Pienso especialmente en el cuidado: de hijos, de familiares mayores, de personas que necesitan apoyo. Es un rol que suele cargársenos. De hecho, la Fundación YoQuiero señala que el 81,2% de las mujeres se siente presionada a renunciar al desarrollo profesional al convertirse en mamá. Más aún, un 28,5% lo hace. Y en cuanto al tiempo por trabajos no remunerados, la II Encuesta Nacional del Uso del Tiempo señala que las mujeres destinan 2 horas más que los hombres por día. Todo esto tiende a analizarse desde lo emocional, y con razón, porque impacta profundamente en nuestros afectos. Pero hoy quisiera cruzarlo con las finanzas personales y ampliar la perspectiva.


¿Cuánto “vale” el tiempo que dedicamos al cuidado? ¿Qué ingresos dejamos de percibir por estar en ese rol? ¿lo cumplimos de manera igualitaria? Si ese trabajo fuera remunerado, ¿cuánto aportaría a nuestra seguridad futura? Preguntas incómodas, sin duda. Pero lo injusto es que cuando tratamos de mirarlas en clave financiera, se tildan de frías o frívolas; mientras que si pensamos en la entrega hacia otros -incluso en esa misma clave-, se entiende como generosidad.


La invitación no es a renunciar al cuidado, ni mucho menos. Es a reflexionar sobre cuánto de lo que hacemos responde a nuestras propias convicciones y cuánto a expectativas sociales que terminan debilitando nuestra autonomía económica. A preguntarnos si podríamos poner límites más sanos, tanto para quienes cuidamos como para nosotras mismas. Porque a veces estamos en deuda, y no con los bancos. Con nosotras. Reconocerlo en cifras puede ser un acto liberador. Ponerle número al tiempo, a los ingresos no percibidos, a los costos que asumimos sin pensarlo, puede abrir perspectivas nuevas. Nos ayuda a imaginar futuros distintos, más sostenibles y justos. Las finanzas son parte de eso también, aunque dé pudor.


Pensar nuestras finanzas con esta mirada no es egoísmo. Es, al contrario, un gesto de cuidado hacia nosotras mismas y hacia quienes nos rodean, porque una mujer más autónoma y más segura de su presente y de su futuro es también una mujer más libre para cuidar con amor, y no desde la renuncia.


 
 
 

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